1 de octubre de 2012

Selva, templos, unos días en el paraíso y otras aventurillas. Un viaje al sudéste asiático (Del 10/08/2012 al 11/09/2012) (Primera parte)

Martín, David, Eva y yo hemos estado un mes por Tailandia, Laos y Camboya. Sin duda ha sido una pasada de viaje en el que hemos hecho un recorrido muy completo y vivido unas cuantas aventurillas. Andado por la selva, buscado cascadas en la jungla, visto animales salvajes, visitado numerosos templos budistas, entrado en cuevas llenas de murciélagos o de tallas de budas, buceado en aguas turquesas en el sur de Tailandia en lo que hemos dado en llamar “el Paraíso”. Pero sin duda lo que más nos ha gustado e impactado ha sido la visita a los Templos de Angkor. Son tan increíbles que tienes la sensación de ser un “Indiana Jones” descubriendo esos lugares, son tan diferentes entre si y están en un entorno tan maravilloso que no se hace nada monótono estar tres días recorriéndolos.

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Viaje de ida (Algo de Moscú)
Sacar el visado para visitar la capital rusa, ya nos trajo algunos problemas. Un montón de requisitos y de cambios que nos hicieron pensar que debíamos haber volado con otro itinerario. Al final la cosa fue más fácil de lo que parecía, además por tener una minusvalía consideraron a Eva y a los niños como mis acompañantes y no tuvimos que pagar nada para obtener el visado.

El vuelo a Moscú tiene el peor horario posible. El avión despega cerca de la medianoche y son cuatro horas de vuelo. En cuanto coge altura el avión te dan una cena, con lo que no te duermes hasta que no llevas más de una hora de vuelo. Llegas a Moscú con sólo un par de horas de sueño y con dos horas perdidas por el cambio horario. Con ese cuerpo serrano, nos fuimos a visitar la Plaza Roja y alrededores.

Lo primero que hacemos es dar una vuelta por el metro, pues sus vestíbulos son como un pequeño museo. Podemos ver frescos pintados entre las columnas y lámparas que parecen de una casa señorial más que de una estación suburbana. Siguiendo unas recomendaciones salimos en los jardines de Alexander que se encuentran a un costado del Kremlin. Damos la vuelta por la plaza de la Revolución para entrar a la Plaza Roja. Lo hacemos por una entrada empinada junto al museo Nacional. Parece ser que las vistas según entras por aquí son espectaculares con la Iglesia de San Basilio al fondo. Digo parece ser porque nosotros lo primero que vimos fue una gran cantidad de vallas y de máquinas trabajando en el montaje de unas gradas.


Con esta pequeña decepción recorremos la plaza. El Museo de Historia con sus techos blancos es una chulada, también las torres que salen de los muros del Kremlin. Curioso es el edificio de los Almacenes Gum. Antes serían unos almacenes estatales pero ahora son un gran centro comercial con firmas exclusivas similar al de cualquier país occidental (o incluso más opulento). Lo más espectacular de la plaza, para nosotros, es la Catedral de San Basilio. Con sus cúpulas redondas y llenas de colorines parece sacada de Las mil y una noches. No hemos podido disfrutarla del todo pues las vallas nos impiden acceder a ella de frente, tenemos que dar un rodeo y entrar por detrás. Un rollo, vamos! Salimos de la Plaza Roja un poco desilusionados y decidimos que a la vuelta del viaje nos pasaremos para verla otra vez, a ver si hay suerte y ya no hay gradas ni nada que afee la vista.

Con el cuerpo un poco raro y cansados por la falta de sueño nos dirigimos a la calle Arbat. Una zona peatonal con restaurantes y, supuestamente, bastante ambiente. La calle es bastante agradable y vemos a un par de artistas que tienen que salir corriendo cuando un chaparrón nos cae encima. Momento que aprovechamos para entrar a comer en el único sitio que tiene comida rusa. Es una cadena de comida rápida algo curiosa, que tiene como eslogan una vaca. Es un autoservicio de esos que vas con la bandeja pidiendo algo de lo que ves. Nos ha costado algo entendernos, pero no hemos comido mal.

Sin ganas de caminar más nos vamos al aeropuerto con la esperanza de poder dormir algo mientras esperamos para tomar el vuelo a Bangkok. Nos ha salido fatal pues los asientos son muy incómodos, los pasillos son muy estrechos y hay muchísimo ruido.
Bangkok (Bienvenidos al sudéste asiático)
La linea de tren que va al aeropuerto funciona fenomenal. Nos deja en un buen lugar desde el que llegar a Khaosan Road, la zona donde está nuestro hotel. Un tuk-tuk intenta negociar con nosotros, nos parece caro lo que nos pide y además vamos cuatro con dos maletas grandes, que las va a poner en un saliente de detrás del carro. Decidimos tomar un taxi, funcionan muy bien, con ellos sólo hay que insistir en que pongan el cuentakilómetros. Sale muy económico, son bastante rápidos y lo mejor es que van con el aire acondicionado a tope, lo cual se agradece dado el calor y la humedad que hay.

Como estamos un poco derrotados, nos quedamos en la cama un rato. Luego nos vamos a la zona turística, vamos andando pues no está muy lejos. Pronto empezamos a saber lo que es esta ciudad. Todo está en la calle, en las aceras. Todos los puestos y tiendas imaginables se encuentran en cualquier acera. Para caminar hay que ir o bien por la acera sorteando gente y puestos o bien por la carretera pegados a esos mismos puestos y con cuidado de que no te atropelle ningún vehículo. Los puestos venden cualquier cosa, desde comida de cualquier tipo, fritos, pancakes, helados, relojes, gafas, muñecos, fundas para todo tipo dea aparatos.... y así una lista interminable sin ningún tipo de orden. Es decir que si buscas algo concreto tienes que andar hasta que lo encuentras, no hay una zona donde vendan cosas de un tipo.

Hemos preguntado en información y nos dicen que el palacio real está cerrado hoy pues la reina tiene una recepción o algo así. Lo de la reina es un poco fuerte por aquí, no parece que la gente esté muy interesada en las cuestiones de la monarquía, pero la monarquía quiere cambiar esto. Para ello han puesto carteles o pequeños altares con fotos de la reina y la familia real. Son muy pomposas tanto las fotos como los altares.

Visitamos el Wat Pho, que es un conjunto de templos budistas adyacentes al palacio real y cerca del río que recorre la ciudad. Nos ha encantado, no sólo porque es el primero que visitamos, al acabar el viaje y mirando hacia atrás tendremos la sensación que ha sido un templo de los más bonitos que hemos visto. Como “atracción” principal esta el Buda Reclinado. Se encuentra dentro de un edificio y mide unos 30 metros (lo acabo de mirar en la Wikipedia y dice que mide 45 metros). Para entrar en el templo hay que descalzarse, esto nos pasará en todas las visitas que haremos en el viaje. Es una costumbre budista, hay que descalzarse para entrar en cualquier templo, también consideran que es un insulto sentarse con los pies dirigidos hacia las figuras sagradas. Parece ser que tienen un especial rechazo a los pies de los demás y que hay que tener cuidado con eso.


Hay bastante gente, sobre todo Tailandeses, visitando este templo, pero no resulta agobiante, más bien curioso pues podemos observar sus costumbres y los ritos que siguen. Durante el recorrido vamos oyendo un tintineo irregular, al que no prestamos demasiada atención. Cuando llegamos a un punto vemos que hay una persona cambiando dinero, la gente le da un billete y el les devuelve un buen puñado de monedas. Un poco más allá hay una fila de tarros de metal (¿bronce?), van echando una moneda en cada uno de los tarros y ese es el sonido que escuchábamos. Son bastante curiosas las cosas que hacen con el dinero en los templos, en muchos de ellos podemos ver ofrendas en forma de árbol con billetes como si fueran las hojas, o unas cuerdas que recorren el templo donde hay billetes colgados. El Buda Reclinado es muy largo, como ya he dicho, y está completamente bañado en pan de oro. Pronto nos acostumbraremos a que todos los templos tienen muchísimas cosas brillantes, como dice la hermana de Eva “les encanta el dorado”. El resto del recinto es una mezcla de estupas de muy diferentes tamaños mezcladas con bonsais y con figuras más o menos monstruosas. También hay un sitio de masajes de pies, parece que esta es una escuela muy importante y que los dan gratis (de esto nos enteramos después). En otro de los recintos hay muchos monjes escuchando a uno que parece estar impartiendo una lección magistral. También hay una especie de comedor que parece destinado a estos monjes.

Salimos encantados con la visita y con muchas ganas de comer y de refrescarnos pues el calor y la humedad nos aplastan un poco. Comemos nuestra primera comida tailandesa, nos ha gustado mucho y hemos acertado con lo que hemos pedido. Al final del viaje nos damos cuenta de que aunque la cocina es variada, no dejas de tener la impresión de estar comiendo siempre lo mismo o bien tallarines con verduras y algo de carne o arroz con verduras y algo de carne o sino una especie de guiso con verduras y algo de carne que lo comes con arroz. Los niños han comido fenomenal y han probado de todo, incluso han pedido platos a sabiendas de que llevarían mucha verdura. En algún momento nos hemos emocionado viendo los esfuerzos que hace David para comerse todo. De hecho hemos cruzado una apuesta con él, que si se tomaba un plato sin dejar nada, ni un gramo de verdura, tenía derecho a elegir él un día la comida y el sitio que quisiera (pizzería, occidental o lo que le apeteciera). Uno de los primeros días se ha comido un Pat Thai entero, el plato típico tailandés que consiste en tallarines con verduras y un buen puñado de brotes de soja prácticamente crudos. Luego ha tardado un montón de días en hacer efectivo su premio pues decía que no lo necesitaba, que de momento no se cansaba de la comida.


Después de comer nos dirigimos al muelle desde el que se puede tomar un barco para cruzar el río y llegar al Wat Arun, una gran estupa que se levanta en la otra orilla. Cuando nos acercamos al muelle me fijo en el color del cielo, se ha vuelto gris y una nube más oscura se acerca, les digo que no se si nos dará tiempo a visitarlo antes de que nos caiga el monzón encima. Ha sido abordar el barco y empezar a caerse el cielo sobre nuestras cabezas. El río ha empezado a moverse que parecían olas en medio del océano y el barco a bambolearse de un lado a otro. Según se iba girando por como lo movía el aire, el agua nos entraba por un lado o por otro, todos los pasajeros nos íbamos moviendo para escapar de la tromba de agua. No ha habido sensación de peligro ni mucho menos, más bien al contrario, los niños están flipados de la cantidad de agua que cae, no paramos de reírnos. Lo que debe ser un trayecto de 5 minutos nos ha llevado más de media hora pues con el aire y el movimiento del agua no había manera de atracar, por lo menos lo ha intentado diez veces por ambos lados hasta que ha conseguido hacerlo. En el trayecto de apenas 10 metros hasta donde se sacan los billetes nos hemos empapado, bueno menos yo que llevo un chubasquero para tapar la cámara y las cosas importantes. De todas formas con el calor y la humedad que hay, lo de empaparse es relativo. Nos hemos tenido que quedar un buen rato bajo el toldo y renunciar a la visita al Wat Arun porque no para de llover y lo van a cerrar en un ratito. Cuando se calma abordamos de nuevo el mismo barco para cruzar al otro lado de nuevo.

Tomamos otro barco que nos lleva prácticamente hasta nuestro hotel. Funciona muy bien este transporte, lo único hay que tener cuidado con que billete se compra. Los taquilleros intentan venderte el express que va más rápido y tiene menos paradas, a nosotros nos parece mejor el barco normal pues sale muchísimo más barato y prisa no tenemos. Para ir al barrio chino, ya de noche, hemos tomado el último barco y ha sido muy chulo recorrer el río y ver las luces de la ciudad y todos los templos iluminados.

Nuestra llegada al Barrio Chino es un poco decepcionante, no hay nada, ni nadie por la calle. Se ve que hay basura por el suelo, como si los puestos hubieran cerrado. Pensamos que quizás el movimiento sea por el día, aunque nos extraña, seguimos caminando un poco hacia un templo que se supone que está abierto por la noche. Cuando giramos en una calle principal nos encontramos con lo que buscamos. La calle está llena de luces y letreros de neón con símbolos chinos, la calle está aún más llena, si se puede, de puestos, sobre todo de comida. Hay de todo tipo desde unas frutas con pinchos, que más adelante probaremos y que es un tipo de mango, hasta puestos de granadas o un restaurante con una enorme aleta de tiburón en su vitrina, pasando por miles de puestos con todo tipo de comidas y objetos. Como es el primer día no nos atrevemos a comer en la calle, hay restaurantes abarrotados con mesas y sillas en la acera.

Por la noche, para volver al hotel, los taxis no aceptan tan fácilmente usar el taxímetro. Ellos quieren un precio fijo, bastante más elevado que lo que marcaría la máquina. Sin embargo con un poco de paciencia siempre se encuentra alguno al que no le importa y te lleva. Los hay que ni siquiera paran cuando les llamamos.
Kao Yai (Por la selva, en busca del elefante salvaje)
Pak Chong es la población desde la que se accede al Parque Natural de Kao Yai. Es una población asentada a ambos lados de la carretera, muy larga. Al llegar nos sentimos un poco desolados, el bus nos ha dejado junto a una gasolinera junto a un 7 eleven, por cierto hay muchísimos en este país. No somos capaces de entendernos con nadie así que llamamos a uno de los albergues que viene en la guía, nos dice que en un ratito viene a buscarnos. Mientras buscamos un sitio para comer, tras dar una vuelta acabamos en el que hay junto al 7 eleven y que habíamos descartado. Eva y los niños no se atreven a pedir nada y dicen que no tienen mucha hambre. Pedimos algo por señas y la verdad es que está buenísimo, nos ha encantado a todos. Un hombre ha llegado mientras estamos comiendo, nos preguntamos como nos ha localizado y claro, la respuesta es muy fácil no hay muchos turistas por aquí, somos como un letrero luminoso. Nos lleva en un pick-up hasta el Green leaf Guesthouse. Este es un sitio junto a la carretera pero que las habitaciones están detrás alrededor de un frondoso jardín. El alojamiento y la comida está bastante bien, también el precio, lo mejor nos ha parecido que los tours por la selva están fenomenal.

Lo normal es hacer un tour de medio día, donde se visita una cueva con muchísimos murciélagos y/o un tour de un día por la selva. Nosotros vamos a hacer los dos, lo malo ha sido que hemos llegado un poco tarde para hacer el de medio día al llegar. Paseamos un poco por la zona, enfrente hay un mercadillo con puestos de comida sobre todo. Vemos la fruta con pinchos que vimos ayer y decidimos probarla. Es una especie de mango pero con un sabor diferente. Debe ser algo especial pues el precio es más alto que el de otras frutas. Tiene un sabor fuerte y algo dulzón, a mi no me disgusta, lo que nos resulta más duro es el olor, se te mete dentro y es un poco desagradable. Este mercado no es para turistas, ni mucho menos, sino para la gente de por aquí. Como veremos a partir de aquí son muy amigos de salir a comer fuera de casa, muchas veces cogen varias cosas y se las llevan para comérselas en su casa o donde sea. Un poco más allá del puesto de los mangos con pinchos nos encontramos con el puesto de las pipas, digo de los bichos fritos. Saltamontes, unas cosas parecidas a las gambas y lo peor, cucarachas bien brillantes. Lo miramos y hacemos unas fotos, pero vamos que ninguna gana de probarlo, de momento.


Por fin llega el día de ir a la selva. Es una de esas cosas de las que más hemos hablado antes de venir al viaje ya que no se parece a nada que tengamos en España. Yo ya he estado otras veces, aún así estoy emocionado y con ganas de empezar a ver cosas. Además ir con Eva y los niños seguramente me permita ver más cosas que cuando he ido solo otras veces. Vamos unas 15 personas en dos pick-up que están preparados con bancos y capota. Este tipo de vhículos están por todo el sudéste asiático y se usan sobre todo para transportes públicos o como taxis.

El parque de Khao Yai es el primer parque natural que se creó en Tailandia. Está muy bien preparado para las visitas, sin perder por ello el punto de aventura de estar en la selva. Varias carreteras muy bien asfaltadas permiten recorrerlo con mucha comodidad. Se puede, si se quiere, recorrer por cuenta propia,. Nosotros tenemos claro que queremos ir con una excursión pues los guias están más acostumbrados y nos enseñan muchísimas cosas que nosotros no veríamos si viniéramos sólos.

Nada más entrar en el parque vemos una serpiente junto a la carretera. Hay mucha gente alrededor haciéndole fotos, por lo que el pobre animal apenas se mueve. Nuestro guía va cogiendo cámaras y haciendo fotos a la serpiente muy, muy cerca. Se conocen todas las cámaras, tienen un manejo increíble. Paramos en la zona alta que es donde más facilmente se pueden ver los Hornbill. Un pájaro muy grande y parecido al tucán, pero característico de esta zona. Hemos visto varios e incluso volar de un árbol a otro. Nuesto guía va equipado con un telescopio, cuando ve algo lo pone para que nosotros podamos ver al animal mejor y más cerca. Incluso hace fotos a través del mismo. Nos han dado unas polainas para ponerlas por encima de los calcetines y que llegan hasta la rodilla. Son para evitar las picaduras de las sanguijuelas. No es que las eviten, sino que ellas se suben a la ropa y es fácil verlas brincando por la polaina blanca y se las puede echar. A varios de los que vamos se les ha subido alguna en la pierna, entre ellos a Eva que ha salido corriendo hacia el guía señalando al bicho que le subía por el tobillo y el guía, muy graciosillo, ha salido corriendo en dirección contraria. A mi me ha mordido una en la muñeca, nos hemos dado cuenta cuando hemos visto que tenía la camiseta manchada de sangre. No pasa nada, es solo un poco desagradable pues se tarda un poco en dejar de sangrar.

Entramos en la selva pues han visto unos monos. Hay varios que no paran de saltar de rama en rama y de jugar. Los hemos estado viendo por lo menos durante media hora. Verlos saltar de rama en rama con tanta facilidad es una maravilla. Entramos ya más en serio en la selva por una trocha abierta a machetazos y mantenida con las visitas diarias al parque. Pronto empezamos a ver cosas, bueno el guía las ve y nos las enseña. Arañas gigantescas, una ardilla chulísima de color negro... cada vez que se para todos nos quedamos quietos, en silencio esperando a ver que ha visto. Uno de los turistas ha visto una cosa en el suelo, es un lagarto, el guía se acerca y trata de cogerlo. El animal ha salido disparado y se ha subido en lo primero que ha pillado, que curiosamente era una chica...., ha sido rapidísimo, cuando la chica se ha puesto a gritar el lagarto ya había pasado por su cabeza y estaba de nuevo en el suelo. Se sube a un arbolito al lado y el guía ya lo ha podido coger sin problemas. David y Martín lo han tocado los primeros, les encanta esto de tocar y coger bichos. Desde luego lo de la selva ya no es lo que era, le han llamado por teléfono para decirle que hay un escorpión un poco más atrás. Nos volvemos y allí está, es de un color verdoso con partes grises. Una pasada pensar que es una de las criaturas más antiguas de la tierra. Le hemos estado observando y haciendo fotos, de repente el guía nos empieza a decir que es un tipo de escorpión que si te pica te produce un dolor intenso durante 15 minutos, pero que no es mortal. Además dice que hay una manera de cogerlos y dormirlos, sin que nos de tiempo a pensarlo, lo ha cogido por la cola y lo ha tapado con la otra mano hasta que se ha quedado relajado. Pregunta si alguien lo quiere coger y Martín y David han dicho que si. A Martín se lo ha puesto el primero en el brazo, el animal ha caminado un poco por su camiseta. Luego le ha dicho a David que se pusiera de rodillas y se lo ha puesto en la cabeza. Madre mía, el bicho era impresionante andando por su cabeza y el con una cara de felicidad tremenda.

Me ha dado la impresión de que el escorpión este ya lo tienen amaestrado, el conductor lo ha llevado hasta allí y ha llamado al gúia como si lo acabara de encontrar. Puede que sea así, pero de todas formas a nosotros nos ha encantado verlo y en el caso de los niños poderlo tocar.

El resto del paseo ya no es tan espectacular, lo que más veremos son árboles de tamaño gigante. Con raíces que salen de la tierra y se unen al tronco como dos metros por encima del suelo. Junto a un árbol de estos hemos parado a descansar y David lo ha atravesado de un lado a otro entre las raíces. Comenzamos a oir un tac tac en la parte de arriba, es la lluvia que se anuncia antes de llegar a nosotros. Luego hemos salido ha una zona más abierta, con una laguna y puesto elevado que se usa para avistar animales. Lo más normal es avistar desde aquí algún elefante salvaje. Hemos comido arriba y no dejado de mirar, sin resultado pues ningún elefante se ha dignado aparecer. Cuando bajamos de comer los guías están jugando con un animal que es una especie de ciempiés bastante gordo. David ha dicho que si lo podía coger y se lo han puesto en la mano y el brazo, le encanta tocar a todos los bichos.

Lo último que nos queda es visitar unas cascadas. El camino está preparado con tablones y algo de cemento, por lo que los guías ni siquiera vienen con nosotros. Bajamos hasta un mirador y contemplamos la cascada que es bastante chula. Ahora si que se pone a llover de verdad, hemos tenido que salir corriendo y guarecernos en bajo un techo hasta que ha bajado la intensidad de la lluvia. Estamos todos atentos por si en algún momento podemos ver algún elefante, parece que este tramo de la carretera es un lugar donde suelen aparecer, incluso hay señales que lo advierten. Nada, no hay ni rastro de ninguno. Paramos en el centro de interpretación y de camino a la salida vemos algunos monos en la carretera. Como saben que los turistas les dan algo de comida, se dejan querer.

Cuando ya hemos perdido toda esperanza paran el coche, un elefante se está acercando a la carretera en un claro muy cerca de donde estamos. Todos bajamos a toda velocidad para verlo. El elefante viene hacia nosotros y el guía se asusta muchísimo, nos dice que subamos, que está enfadado. Nos atropellamos unos a otros para subir al coche, pero por suerte el elefante no quiere saber nada de nosotros se ha acercado a comer algo junto a la carretera, se da la vuelta con aires de superioridad y se marcha por donde ha venido. Ha sido increíble, un macho con sus colmillos en ristre y lo hemos tenido a apenas 3 metros. Volvemos al albergue encantados, con un ambiente de euforia total.


La mañana siguiente aprovechamos para descansar y dejar a los niños que se despierten cuando quieran ya que la excursión es por la tarde, después de comer. Hemos estado charlando con Salva y mirando cosas por internet. También planificando un poco lo que haremos los siguientes días. Comenzamos la excursión en un monasterio, con la visita de unas cuevas. Es un lugar sagrado donde los monjes vienen a meditar aprovechando el silencio y la oscuridad. Está lleno de murciélagos colgados del techo. De vez en cuando se sueltan, hacen un vuelo rápido y se vuelven a posar. Vamos con frontales y linternas para poder ver mejor. Nuestro guía nos ha estado contando muchas cosas y ha cogido una especie de araña/insecto que no sabemos muy bien lo que es. Por supuesto que David se ha colocado el primero y no ha parado hasta que el hombre se lo ha puesto en la mano. Un grupo que viene con otro albergue no para de hablar, de gastarse bromas y de chillar. Es desagradable pues el resto estamos prácticamente en silencio escuchando las explicaciones de los guías, tratando de molestar lo menos posible a los animales. Salimos de la cueva por un camino distinto, pasando por una cámara que tiene un gran agujero en el techo por el que entra la luz, aquí hay varios altares con budas.

El plato fuerte de esta excursión vienen ahora, cuando nos llevan hasta unas plantaciones y paran allí los coches. No se ve nada aún ,pero pronto empezará el espectáculo. Frente a nosotros hay una pequeña montaña y con unos prismáticos podemos ver la entrada a una cueva. En ella están durmiendo dos millones de murciélagos que de un momento a otro comenzarán a salir por ese agujero y por otro que hay un poco más lejos. Cuando empiezan a salir no te lo puedes creer, salen unos dos mil por segundo y van volando todos hacia los campos que se encuentran al oeste, hacia el sol. El aire hace que vayan oscilando de un lado a otro todos a la vez.Al verlo todos juntos dan la impresión de ser una tela que se mece con el viento. Te pones debajo de ellos para verlos mejor durante unos segundos antes de que el viento cambie y entonces los tienes a tu derecha, para un poco más tarde tener que darte la vuelta y verlos a tu izquierda. Han estado más de veinte minutos saliendo murciélagos sin parar, sólo en los últimos momentos se notaba que el número descendía bastante. Son animales herbívoros que se alimentan de frutas, no de insectos como los que hemos visto en le primera cueva, por eso tienen un tamaño más grande.

Aquí podemos alucinar con los murciélagos volando encima nuestro


Para terminar el día nos han llevado a una especie de poza donde nos podemos dar un baño. El agua está buena y se agradece quitarse un poco el calor pegajoso de la piel. David se ha pasado un rato con un enorme milpiés de color oscuros recorriéndole el cuerpo (espalda, brazos e incluso la cabeza). Este niño no tiene remedio.


Decidimos no dormir aquí esta noche e ir avanzando camino para mañana tener menos horas de viaje. Nos acercan a Pak Chong en el pick-up y nos dejan en la estación, una ventanilla en la calle principal. Compramos los billetes y tenemos el tiempo justo para ir a comprar algo de cena. Enfrente hay un mercado lleno de puestos de comida para llevar. Así que lo hemos recorrido en una dirección viendo lo que había y luego en la otra comprando las cosas que nos apetecía probar. Nos ha encantado la cena, en general nos ha gustado todo. Lo que más unos huevos de codorniz fritos, también hemos comido calamares rebozados, unas verduras que no sabemos lo que son, alitas y otras cosas también diferentes a nada que hubiéramos probado antes. De postre unos mini-creps que están muy buenos. A los niños les ha gustado prácticamente todo.
Phanom Rung (Primer contacto con la cultura Jemer en Tailandia)
Venir a las ruinas de Phanom Rung ha sido una cabezonería mía ya que me parece que puede estar bien visitar unas ruinas pequeñas antes de ir a las majestuosas de Angkor. El fallo ha sido la cantidad de horas que hemos estado en autobuses y estaciones para poder hacerlo. Desde Nang Rong, que es donde hemos dormido, tenemos que tomar dos autobuses para ir y otros dos para volver. Y lo peor, hemos tenido que esperar un montón de horas hasta que saliera el bus nocturno que nos va a llevar a la frontera con Laos. A mi me ha merecido la pena, Eva no piensa lo mismo, seguramente ella tenga razón.

Llegamos al pueblo donde están las ruinas y nos encontramos con que tenemos que negociar un vehículo para subir hasta las ruinas que están a 8km, en lo alto de una colina. Nos dicen que alquilemos dos motos, para los cuatro. Les decimos que yo no puedo conducir y que los niños son pequeños. Nos miran incrédulos pues Martín parece mucho mayor de lo que es y además con menos de su edad los niños aquí ya llevan moto. Finalmente vamos en un pick-up que nos esperará hasta que acabemos la visita para bajarnos de nuevo.

Estamos en la entrada de las ruinas, un tramo de escaleras en no muy buen estado con las taquillas en medio. Tenemos que salvar un par de tramos más para empezar a ver algo. Delante nuestro tenemos una ancha avenida empedrada, al fondo se ven los templos de Phanom Rung. La avenida es en realidad la representación de un puente que se supone que atraviesa un río sagrado para acceder a los templos. A ambos lados de la avenida hay una barandilla, como si de un puente se tratara. La vegetación es frondosa, pero está muy bien cuidada. Desde la avenida ya se pueden ver las cúpulas de los templos, cuando nos acercamos podemos, además, observar los relieves y figuras esculpidos en la piedra. La construcción es simétrica, a ambos lados de la entrada hay una piscina con nenúfares y flores de loto. El complejo está muy bien cuidado y la restauración es muy buena. No hay casi nadie, por lo que nos dedicamos a recorrer el templo un poco a nuestro aire. Los niños van por libre, entrando donde les parece, saltando y jugando. La visita no es muy larga, en una hora ya lo hemos visto todo. Por la parte trasera hay otro tramo de escaleras, como si fuera una entrada auxiliar. Como estamos elevados en una pequeña colina, desde aquí hay una bonita vista a los campos de labor en la parte de abajo.
Nong Khai (Agradable enclave fronterizo)
La espera en la estación ha sido larga. El principal problema es que no podíamos movernos mucho porque no podemos sacar el billete hasta un par de horas antes de la salida. El motivo es que el bus va recogiendo gente por el camino, desde Bangkok. Por suerte tenemos sitio, además el bus es de los mejores que hemos cogido. Es un V.I.P. Con asientos muy amplios y muy cómodos.


Nong Khai es un pueblo de frontera y se nota. Está enclavado junto al río Mekong, frontera natural con Laos. Sin embargo es un lugar muy, muy agradable. Nos hemos alojado en un albergue al final del paseo junto al Mekong, el Mut Mee Guesthouse. Es un sitio muy recomendable, con cabañas y habitaciones alrededor de unos jardines muy chulos y junto al río. Tienen un lugar muy agradable para comer o para estar simplemente. La información que tienen es muy buena y el servicio excelente. También está alojado aquí Salva, de Barcelona, con el que hemos coincidido en el parque de Khao Yai.

Alquilamos unas bicicletas para recorrer la ciudad y acercarnos a visitar un curioso parque de esculturas. El paseo por el río Mekong es muy agradable, tanto nos ha gustado que nos hemos pasado y hemos tenido que preguntar a unos policías de frontera. Van en una moto, los dos, y uno de ellos lleva un enorme rifle. Como no se han visto capaces de indicarnos como llegar, nos han acompañado, iban despacio para que nos les perdiéramos. El parque es la obra de un escultor/monje que mezcla elementos religiosos con seres monstruosos y mitológicos. Parece ser que es muy venerado en esta zona, pero mirado desde un prisma occidental no sabes si estás ante la obra de un genio o un loco. La mayoría de las esculturas son de gran tamaño, hay budas de muchos tipos y en diferentes posturas, también hay serpientes con varias cabezas o escenas mitológicas. Una de las cosas más curiosas es la Rueda de la Vida. Se trata de un recinto cerrado, sin techo. La entrada es una escultura que tiene forma de boca por la que entras y que simboliza el nacimiento al pasar al otro lado. Hay esculturas que simbolizan la vida de una persona típica, desde el nacimiento, pasando por la adolescencia, el matrimonio, el adulterio y finalizando en la muerte. Hay muchas más escenas intermedias y otras que no sabemos identificar. La salida es por el mismo lugar por el que hemos entrado. En una construcción cercana, se encuentra embalsamado el creador de este lugar dentro de una urna.


Por el paseo hay un par de hombres que llevan un pequeño elefante. Nos hemos alegrado al verlo, peus es el primero que hemos visto amaestrado. Lo van acercando a la gente para que le toquen, se hagan una foto con él o algo así y sacar dinero. No nos ha gustado nada como lo tratan ni el uso que le dan, ha sido un poco triste verlo.

A última hora de la tarde, cuando baja un poco el calor, los jóvenes suelen jugar al Sepak Takraw. Es un juego parecido al voleibol, pero sólo se pueden usar para golpear la pelota los pies y la cabeza. La pelota es pequeña y hueca, está hecha de mimbre o de plástico. La red está más baja que en voleibol, como a la altura de la cabeza. Cuando los estás viendo jugar, piensas que es más fácil de lo que parece, pues hacen bastantes piruetas. Pero cuando juegas un poco te das cuenta que pasar la pelota al otro lado no es tan fácil. Les estamos viendo jugar en un monasterio muy cerca del rio, los niños se ponen a jugar con una pelota que tienen y que no están usando. Mientras un monje se acerca y comienza a charlar con nosotros, habla muy bien inglés porque ha estado viviendo en Estados Unidos un tiempo. Pronto a Salva le dicen que juegue con ellos, hace lo que puede a pesar de que se lo ponen fácil. David y Martín se han sentado a verlos jugar, cansados ya de practicar, se están dejando querer, pues están deseando entrar a jugar. Les dejan y se lo pasan fenomenal, tanto los niños como los que están jugando. Como no sabemos bien las reglas David y Martín usan el pecho, los muslos..., los chicos se rien y les vitorean, no nos damos cuenta de que no se puede usar. Acaban encantados con el juego y nos dicen que les tenemos que comprar una pelota.

El atardecer junto al río Mekong ha sido bien chulo. Mientras estábamos jugando han montados muchos puestos en el paseo, la mayoría son restaurantes. Aquí apenas si hay turistas así que son sitios para los propios tailandeses. Vemos a alguna pareja de amigos con una botella de licor y dos basos, poniéndose ciegos. En uno de los puestos hemos visto una especie de fuego para poner en el centro e ir haciéndote tu mismo las cosas. Nos ha parecido que tiene buena pinta y nos hemos sentado, pedimos una cosa un poco a ciegas.... y la cagamos claro. Nos traen un plato lleno de entrañas y cosas así. No nos hace mucha gracia comer estas cosas aquí, así que nos hemos tenido que tragar nuestro orgullo, pagar el plato sin siquiera tocarlo e irnos a otro sitio a cenar.

La entrada a Laos es bastante fácil, hemos cogido un tuk-tuk hasta la frontera. Allí hacemos los trámites típicos de inmigración. Un servicio de autobús nos lleva a Vientian, la capital del país que está muy cerca. Una cosa que nos alivia es que aquí se conduce por la derecha, no como en Tailandia que van por la izquierda y hay que andar más pendiente a la hora de cruzar las calles.

Para llegar a Vang Vieng tenemos dos opciones una es un autobús muy viejo que sale dentro de un par de horas y otra es tomar una furgoneta. Unos hombres nos ofrecen llevarnos hasta las furgonetas, sabemos que se están aprovechando de nosotros pues nos están cobrando bastante más de lo que cuesta. El problema es que no sabemos donde salen esos transportes y queremos irnos cuanto antes, así que no nos queda más remedio que transigir y pagar.
Vang Vieng (Entre montañas en la estación de lluvias)
Este lugar es una chulada. Todo está muy verde y hay montañas por todas partes. Como estamos en la temporada de lluvias está todo mojado y reluciente. Nos alojamos en una parte del pueblo que se llama La Isla. Es una zona entre dos ríos a la que se accede por un par de puentes de madera. Para cruzar el puente hay que pagar algo menos de medio euro, luego veremos que es una costumbre en todo el país y que nos tocará pagar siempre que crucemos un puente de estas características. Aún así merece la pena alojarse en este sitio. Es súper tranquilo comparado con la parte central del pueblo donde hay muchísimos restaurantes y todo tipo de tiendas.

Junto al albergue pasa un río que viene de las montañas. Es el primero que vemos que no es de color marrón, debe ser porque viene de la parte alta y de una zona donde hay menos concentración de arcilla en el suelo. Nos damos un baño que mola un montón, la corriente nos lleva río abajo y jugamos a nadar contra ella. Como hemos pasado gran parte del día viajando en una furgoneta, teníamos muchas ganas de relajarnos con un buen chapuzón. A última hora de la tarde suele haber gente bañándose en el río, ya que es una costumbre en estos lugares el bañarse antes de la cena.

El ataque de la cucaracha voladora: Estamos sentados en una especie de porche del albergue donde estamos alojados, hemos pedido la cena y como siempre van trayendo los platos según los cocinan. Concretamente solo han traído el de Martín que está comiendo mientras Eva y yo escribimos el diario y David está jugando con la nintendo. De repente una cucaracha se ha lanzado desde el techo y tras un perfecto planeo ha aterrizado en medio del plato de Martín, Eva ha gritado y Martin y la cucaracha, claro está, se han asustado. La cucaracha ha recorrido el plato corriendo y ha venido hacia nosotros bajando por la pata de la mesa y desapareciendo de nuestra vista. Yo he bajado el pie al suelo, sin mirar, y he notado un crujido bajo la zapatilla. Enseguida ha llegado un gato que se ha comido los restos del bicho. En resumen Martín le ha dado de comer, Eva la ha asustado, yo la he aplastado y el gato se la ha comido. David ha sentenciado “trabajo en equipo”.


Por la mañana amanece algo lluvioso, como un calabobos. El lugar es espectacular con las montañas llenas de nubes y de vapor de agua provocado por la lluvia. Aunque esté lloviendo la temperatura es muy buena, si te pones el chubasquero no te mojas, pero te empapas de sudor. Vamos a hacer una excursión contratada. En otra temporada la podríamos haber hecho por nuestra cuenta, alquilando unas bicis, pero tal y como están los caminos no es muy recomendable. Las carreteras de ripio que hemos visto están llenas de charcos y de barro, imaginamos que los caminos por los que tendríamos que ir estarán peor. Nos llevan en un pick-up hasta un puente que no pueden atravesar los vehículos. Visitamos un par de pueblos de origen chino. Parece ser que hubo una gran migración de un pueblo chino a esta zona y se encuentran aquí muy integrados. Bueno, integrados es un decir pues tienen su propio idioma y el gobierno laosiano obliga a los niños a ir a la escuela para aprender la lengua del país. Las casas son muy humildes y podemos ver a las mujeres cosiendo en la puerta. Parece un poco artificial, ellos saben que los turistas van a ver el pueblo y que estos pagan dinero por entrar. No es lo que más nos interesaba, pero como está dentro de la excursión, pues lo vemos. Después empezamos a andar por el campo de verdad, bueno más bien por el barro. Todo el camino está enfangado, lleno de charcos, a veces andamos un buen rato seguido con el agua por las rodillas. Tras un buen rato, llegamos a otro poblado. Aquí el espectáculo es otro. Resulta que de la montaña sale una corriente de agua, y han puesto un sistema de cuerdas y flotadores para visitarlo. Te subes a la goma de un neumático y vas avanzando por el agua con la ayuda de la cuerda. Entras en una cueva con el nivel del agua justo para poder pasar sujetándote de las paredes y tocando el techo. En un par de puntos hay que agachar la cabeza para pasar por debajo de la roca. Es divertido visitar la cueva con el neumático, aunque es un poco una turistada. La salida es por el mismo sitio, pero esta vez a favor de corriente. Luego nos hemos quedado nadando un poco, ha sido gracioso pues David intentaba nadar contra corriente y ni avanzaba ni retrocedía. La excursión incluye la comida, nos la dan en este poblado, es un plato de arroz con una brocheta y unos plátanos.

Después visitamos un par de cuevas. Están muy embarradas y cuesta acceder a ellas. No hay nada de luz por lo que tenemos que iluminarnos con unos frontales. Como en todas las cuevas que vemos hay estatuas de buda aunque el sitio sea poco accesible. Nos dirigimos hacia el río, y como el agua tiene tendencia a bajar, este trayecto está aún más inundado que lo anterior. Entramos en una casa, por llamarlo de alguna manera porque está abierta por todos lados, donde hay un hombre tumbado en una hamaca viendo la TV. El hombre apenas si nos hace caso, habla medio minuto con el guía y sigue a lo suyo. Nosotros estamos sentados esperando a que podamos cruzar el río. Hay una barca preparada, pero está esperando a que haya alguien al otro lado para aprovechar también el viaje de vuelta.

La última parte de la excursión es una cosa que se llama tubing, que se ha puesto muy de moda y viene mucha gente joven a hacerlo. Se trata de bajar el río en un neumático. Hasta ahí está bien, pero es que además cada poco tiempo hay un bar con la música disco a todo trapo. La gente se para y se toma una cerveza, un pelotazo o lo que sea. Desde el bar lanzan a la gente una cuerda para que se acerque. En todos los bares hay alguna “atracción”. Que puede ser un tobogán para saltar al agua, un billar, unos tirachinas para probar la puntería.... Paramos en uno, imagino que amigos del guía, pero no hemos tomado nada. Eso si, los niños han estado encantados jugando con el tirachinas. Martín ha dicho que va a decirles a sus compañeros que se vengan aquí de marcha para celebrar el fin de curso. Lo de los bares y la música a todo trapo ha sido lo que menos nos ha gustado. Menos mal que ha durado poco y que en el último tramoya no hay bares y podemos disfrutar de la bajada rodeados de montañas. Tampoco es muy idílico el echo de que el agua baje de color marrón. Nos lo hemos pasado fenomenal haciendo el tonto con el flotador, poniéndonos de varias formas e intentando subirnos dos juntos en dos flotadores.


Como llegamos pronto nos da tiempo a recorrer la parte principal de Vang Vieng. No nos ha gustado nada, menos mal que nos hemos alojado en La Isla, aunque tengamos que pagar para pasar el puente. Está lleno de tiendas, restaurantes, agencias, puestos callejeros ....


Para ir a Luang Prabang hemos sacado unos billetes en un Mini Van (furgoneta). Es lo más rápido y pensamos que será lo más cómodo. Un trayecto que pensábamos nos llevaría 4 horas, ha durado casi 8h. Nos ha dado tiempo a dormir, aburrirnos, ver cosas y sobre todo trabar relación con el resto de viajeros. Una mezcla bastante curiosa, pues hay un canadiense muy mayor que vienen con una japonesa, otra japonesa que está casada con un chileno y viven en canadá. Una pareja de catalanes, Irene y Martí (¡hemos perdido vuestros correos, si leeís esto escribirnos!). Al final del viaje parecemos amigos de toda la vida, tanto ha durado y tan pequeño elra el sitio. El trayecto y el país me ha recordado mucho a sudamérica, las carreteras son de ripio y están llenas de agujeros, siempre hay gente caminando por ellas y de vez en cuando hay que sortear alguna vaca que está relajada en medio de la misma. Hemos atravesado varios puertos con vistas sublimes, es un país compuesto de montañas y de selva. Todo es verde con un aspecto impenetrable.
Luang Prabang (El lugar donde montamos en Elefante)
Luang Prabang es una ciudad patrimonio de la humanidad por sus templos. Es un lugar encantador donde enseguida te sientes bien recibido. Vientiane, que es la capital y por donde pasamos camino de Vang Vieng, nos pareció un nudo de comunicaciones, una ciudad moderna colocada en el lugar que más les interesaba. El interés cultural, sin embargo, esta en Luang Prabang ciudad que se encuentra en el centro de la parte norte del país. De nuevo nos encontramos con el río Mekong, que esta vez no es la frontera sino que está dentro de Laos. La parte antigua y turística de la ciudad se encuentra en la confluencia de un importante afluente del Mekong.

La calle principal, al menos de la zona turística, se cierra todas las tardes y se convierte en un gran mercadillo. En ella se vende todo aquello que puede querer un turista, desde camisetas, hasta budas, pasando por pañuelos, bolsos y un poco de todo. La mayoría de los productos, por lo que hemos leído, son manufacturados en la zona, por lo que no es una mala idea comprar aquí algún recuerdo. Nosotros hemos comprado unas telas de papel de plátano pintadas a mano. Ha sido una buena compra pues luego no las hemos vuelto a ver en todo el viaje, lo malo es que han incordiado algo a la hora de hacer la maleta tratando de guardarlas sin que se estropearan. Perpendicular a esta calle se monta otra con una gran oferta gastronómica en la calle. Se trata de “buffets” donde por una cantidad fija puedes llenar tu plato de todo lo que hay en una mesa. Solo se puede llenar una vez y no incluye apenas nada de pescado o carne. Lo hemos probado y no ha estado mal, pero no hemos vuelto a repetir en los días siguientes.

El tema del dinero en Laos ha sido un rollo pues solo podemos sacar Un Millón de kips (unos 100€), cada vez. Eso significa que para sacar más dinero hay que hacerlo varias veces al día y pagar la comisión las veces que sacas.


Hoy es mi cumple y vamos a montar en elefante!!! Es una cosa que teníamos muchas ganas de hacer desde que sabemos que vendríamos a esta zona. Cuando estaba en casa mirando algo del viaje y se acercaba David me preguntaba “Vamos a montar en elefante”, yo le decía “Yo creo que si, lo vamos a intentar” el decía encantado “Tooomaaaa”. También tenemos dudas con este tema. Hemos oído cosas sobre el trato a los elefantes y si es razonable que sean una atracción turística. Por una parte está el hecho de que para enseñarles los puedan tratar no demasiado bien y por otro la idea de que los animales vivirán mejor llevándonos encima a unos turistas que trabajando como animales de carga de sol a sol. Hemos oído que en Chiang Mai (Tailandia) hay un sitio donde se los visita y se está con ellos, pero no se monta encima, es como una reserva donde los cuidan. No lo tenemos nada claro, así que hemos decidido hacerlo y ver por nuestra cuenta que pasa.

Cuando llegamos al lugar donde están, una especie de granja junto al río Mekong, y vemos esos imponentes colosos esperándonos, nos sentimos algo raros tenemos el tema del trato rondándonos la cabeza. De dos en dos nos hemos subido a una tarima para sentarnos en una silla encima de los elefantes. No vemos que los vayan tratando mal ni que los animales estén estresado o algo por el estilo por lo que poco a poco nos vamos relajando, salvo Martín al que le cuesta más quitárselo de la cabeza. Damos un pequeño paseo en esta silla por una pista junto a la selva y con bonitas vistas del río. Es impresionante este animal, vas encima de él y te relajas con su movimiento. Yo me imagino que para él llevarnos encima es como si nosotros llevaramos un par de pajarillos en los hombros, no creo que le pesemos mucho más. De vez en cuando se paran a comer algo de hierba a los lados de la pista. Los cuidadores les dejan hacer, no hemos visto en ningún momento que les traten mal, más bien al contrario. Luego nos han dicho que tienen cuatro elefantes pero que uno de ellos no está aquí porque está enfermo y se llevan a la selva para curarlo, para que se sienta mejor.

Al acabar el pequeño paseo les hemos estado dando de comer. Los cuidadores nos daban unas hierbas que les vamos dando para que las cojan con la trompa y las coman. Incluso jugamos con ellos a ponérselas arriba y hacer que tengan que elevar la trompa para cojerlas. Cada vez nos sentimos más agusto, incluso Martín está empezando a disfrutar. Antes de comer vamos a visitar una pequeña aldea donde confeccionan bufandas, pañuelos y más cosas. Cada casa es un puesto que vende cosas de artesanía. Nos ha parecido que muchas cosas son bastante auténticas, como hechas por ellos o en las aldeas cercanas. De hecho luego lo hemos comparado con lo que hay en Luang Prabang y no tienen nada que ver. Tomamos una barca para ir a unas cuevas al otro lado del río. La primera está llena de un grupo de argentinos que no para de hablar y de meter bulla. Han tenido que empezar a irse para que nos diéremos cuanta de que la cueva también está llena de estatuas de budas de muchísimos tipos. Salvo un pequeño pasillo para poder ir de un lado a otro, el resto de la cueva está llena de estas estauillas. Quizás pueda haber cerca de 1.000 estatuas. Como para acceder a la segunda cueva hay que subir un largo tramo de escaleras, aquí los argentinos se han ido diluyendo o no han subido, por lo que la vemos sin tanto agobio, más tranquilos. La cueva en si no tiene nada de especial, lo que más nos ha gustado es el emplazamiento y las vistas del río a nuestros pies.

Ya de vuelta tenemos la parte más esperada, el baño con los elefantes. Primero nos subimos “a pelo”, es decir sin la silla a horcajadas, en el lomo del animal. Como somos cuatro y hay tres, David y yo vamos juntos en el mismo. Martín y Eva van solos como si de Tarzán y Jane se tratara. Nos dan unas pequeñas instrucciones para dirigirlos, adelante, a la izquierda, a la derecha y como parar. Hacemos un poco el paripé aunque sabemos que lo que nosotros decimos no se debe parecer en nada a lo que dicen ellos y además los elefantes van a su bola pues ya saben lo que tienen que hacer. Aún así esto si que es una pasada, no tiene nada que ver con ir encima de la silla, aquí si que sientes al animal cerca y realmente lo disfrutas. La entrada en el agua es una sensación rara pues el color es marrón marrón. Lo mejor es ver que los animales están encantados de estar dentro del agua, para ellos es muy refrescante. Los cuidadores les dan ordenes para que cojan agua con la trompa y nos la echen encima, como una ducha. Mola un montón, hemos pasado un buen rato mojándonos y saltando al agua. Los cuidadores hacen tonterías en el agua y subiéndose a un árbol, nos animan pero nosotros no queremos incordiar mucho a los animales, solo estar con ellos disfrutando el momento. Al salir del agua ya hace rato que se nos ha olvidado el tema de los maltratos y nos sentimos muy a gusto, no hemos visto que los traten mal antes al contrario lo hacen con mucho cariño. Hemos pasado otro buen rato dándoles de comer y bromeando con ellos. Quizás esto sea lo mejor del día, estar junto a estos grandes animales es algo muy emocionante.



Hoy nos hemos levantado a las 4 a.m., vaya tela y lo mejor es que los niños querían hacerlo y no han protestado nada. El motivo es para ver la “Procesión de las Almas”. El nombre es un poco rimbombante y no tendrá nada que ver con como lo vean los laosianos. Se trata de una costumbre budista que consiste en dar comida a los monjes. Estos salen a la calle al amanecer con unas grandes escudillas colgadas del hombro y, descalzos, van recorriendo la acera alrededor de su monasterio. En la cera se ha instalado la gente que quiere dar comida. Mujeres o hombres que están arrodillados en el suelo con un cesto lleno de arroz o otras cosas. Los monjes van pasando en fila y la persona que está en el suelo echa un poco de la comida que tiene dentro de la escudilla. Al principio nos ha resultado algo violento, sobre todo porque los hemos empezado a ver en la calle principal en el sitio que están todos los argentinos que vimos ayer. Algunos de ellos están observando desde una respetuosa distancia, pero un grupo de ellos están encima de los monjes haciéndoles fotos y hablando a voz en grito. Se supone que hay que tener respeto por sus tradiciones, no tomárselo como si fuera una atracción turística. Nos hemos alejado de ellos y la cosa nos ha llenado más. Luego nos hemos fijado que hay gente de rodillas en el recorrido de los monjes que no les da comida a estos, sino al contrario. Tienen una cesta a sus pies y están con las palmas juntas, como orando, y mirando hacia el suelo. Algunos monjes al llegar a estos abren la escudilla y dejan caer algo de la comida. Entre estas personas que están pidiendo nos han llamado la atención una señora mayor y dos niños de 5-6 años. Algunos monjes los tratan com mucha altivez yo bien pasan de largo ignorándoles o bien dejan caer algo con desgana. Hay otros que lo hacen de otra manera, mucho más humilde y respetuosa. Es posible que esta comida sea la base del sustento para sus familias, lo cual nos deja algo impresionados. Seguramente sea una buena enseñanza para Martín y David y, porque no, también para nosotros. Pues aunque lo sabemos, hemos podido ver como hay niños que a duras penas tienen para comer y que tienen que trabajar o buscar la comida para su familia.

Pasamos la mañana recorriendo los principales templos de la ciudad. Lo hemos hecho de manera un poco arbitraria, es decir, hemos entrado donde nos ha parecido. El estilo de los templos es siempre el mismo, techos a dos agus con diferentes alturas y con profusión de dorados. Sin embargo todos son distintos, tanto en tamaño como en formas o el interior de los mismos. Los hay que tienen dentro budas muy grandes, otros son pequeñitos, en algunos hay muchísimos budas, tantos que no sabes cual es el importante. La visita al Palacio Real nos ha decepcionado bastante, primero porque es muy cara la entrada y segundo porque no nos gustan mucho las cosas reales. Lo más curioso del mismo son los regalos que otros países han enviado a Laos. Están divididos en países budistas y el resto. Entre ellos hay una reproducción de la nave que aterrizó en la luna. Como es de esperar la mayoría de los regalos son distintas reproducciones de buda, muy valiosas seguramente pues deben ser de oro o contienen piedras preciosas.


Hemos comido en otra terraza junto al río. Nos hemos decidido a pedir platos de pescado. Pedimos tres platos diferentes, están los tres espectaculares, los hemos compartido pues nos gustan todos a los cuatro. Por la tarde estamos cansados de ver templos así que queremos ir a la otra orilla del río. Cuando estamos andando hacia el embarcadero un barquero nos dice que si queremos cruzar el río, primero le decimos que no y luego le pregunto que cuanto nos cuesta. Resulta que nos sale más barato que cruzar pagando el precio fijo en el barco oficial. Le digo que vale y Eva me pregunta cuanto me ha dicho, al deciŕselo me dice que no regateamos nada, así que aprovecho para decirle al de la barca que mi mujer se ha enfadado y que nos tiene que cobrar menos. El hombre acepta sin problemas. No es que Eva se haya enfadado conmigo, ni mucho menos, es que habíamos estado hablando que no estábamos esforzandonos mucho con el tema de los regateos. La razón es que los precios nos están pareciendo muy razonables y no vemos que tengamos que regatearlos, ni que se estén intentando aprovechar de nosotros.

La población al otro lado del rio es muy humilde y los templos no son nada del otro mundo. Sin embargo nos ha encantado pues hemos tenido la oportunidad de salir de la ciudad y ver otra cosa. Además las vistas de la ciudad desde este lado son muy buenas. Según íbamos andando por un camino lleno de barro nos hemos cruzado con un hombre que llevaba una buena borrachera encima. La gente se estaba riendo viéndole tropezar y resbalarse. El daba la impresión de estarles diciendo “do pazo pod aqi sin caedme, hip”. Un hombre ha tenido que ir a ayudarle y se lo ha llevado. Cada vez que nos acercamos a un templo viene un grupo de niños corriendo para cobrarnos la entrada. En uno de ellos habíamos subido un buen tramo de escaleras y han subido corriendo en vez de esperar a que bajáramos, no se deben fiar y no me extraña pues arriba lo único que había era una casa cerrada y un edificio medio derruido, eso si era el sitio con mejores vistas de Luang Prabang al otro lado del Mekong.

Para terminar el día subimos a la parte alta de Luang Prabang, un cerro entre la vegetación con bonitas vistas sobre el río y sobre los alrededores. Lo malo es que está lleno de gente esperando que se ponga el sol. Una señora tiene un puesto en el cual vende, entre otras cosas, unos pajaritos que están dentro de una jaula de palitos. Se supone que da buena suerte soltarlos. Parece ser que es muy fácil capturar estos pajarillos. A David no le ha hecho ninguna gracia y cada vez que a una señora con estos pajartos a la venta se pone a decirle que es mala, que no debe hacer eso con los pobres pajaritos (todo en perfecto castellano). A nosotros nos ha agobiado un poco tanta gente y nos hemos bajado.

Un nuevo día. A las 8 a.m. hemos quedado con Irene y Martí para ir a visitar las cascadas de Tat Sae. Vamos los seis en un tuk-tuk pues están a unos 14km. Nada más entrar nos damos de bruces con unas jaulas donde hay osos descansando, una mujer australiana viene a contarnos la historia. Resulta que es una organización de ayuda a estos animales que son expoliados por gentes sin complejos. Los hay que les van cortando extremidades poco a poco porque alguna parte es beneficiosa o importante en la medicina tradicional. A otros les dejan ciegos... Cuando algún organismo oficial confisca uno de estos animales, los llevan a un centro como este que se encarga de cuidarlos. Nos ha gustado mucho como los tratan y lo que hacen con estos pobres animales.


Muy cerca de la entrada se encuentra un pequeño salto de agua. Ya podemos ver que el caudal del agua es enorme, debido a que estamos en la temporada de lluvias. Por un puente atravesamso al otro lado del río y comenzamos a andar por un barrizal, tenemos que darnos la vuelta para tomar el camino principal que va por el otro lado. Vemos un par de sitios con saltos ya más grandes y con el río absolutamente desbordado, a veces tenemos que pasar por el agua y todo. Como no sabemos muy bien como son las cascadas pensamos que ya las estamos viendo, hasta que aparecemos en un sitio desde el cual se ve el salto más grande. Tenemos un puente delante y detrás está la cascada, con un salto de unos treinta metros que cae en varios niveles. La vista es preciosa pues el vapor de agua que se desprende de la caída unido a la fina lluvia que nos está cayendo y el cielo encapotado hace que haya mucha bruma y resalte el puente con la cascada al fondo.

Atravesamos el puente y decidimos seguir por el camino que sube a la parte de arriba de la cascada. Lo que parecía que iba a ser una simple excursión se convierte en una aventura. Sin darnos cuenta nos encontramos que el camino cada vez es más empinado y cada vez hay más barro. No es que esté peligroso, pero si está feo y no parece que la bajada vaya a ser muy agradable. Los niños y nosotros vamos por delante, pues Martí e Irene tienen más problemas con el barro y la subida. Al llegar arriba el río está completamente desbordado, hay una cantidad de agua tremenda que se precipita por todos lados hacia abajo. Los niños dicen que sigamos, que no pasa nada y cuando nos queremos dar cuenta ya han cruzado medio caudal. Esperamos así a que vengan Martí e Irene para pasar al otro lado pues hemos visto a unos excursionistas con un guía y suponemos que se irá mejor por el otro lado. Mientras esperamos hemos tenido el desagradable encuentro con una sanguijuela que me he encontrado en la mano, menos mal que la he visto antes de que me picara.

Pasamos el río con mucho cuidado. Al borde hay una barandilla un poco cutre, pero que está bien puesta. La caída la tenemos a nuestros pies. Aunque David va fenomenal Eva le ha dicho que tiene que ir con ella que ni se le ocurra irse de su lado. Martín por su parte ha estado acompañando a nuestros amigos que cuando llegan al otro lado vienen diciendo que si no llega a ser por nosotros no se meten por ahí ni de coña. Ni han hecho ninguna foto pues se han limitado a cruzar. En eso si que he pasado yo un poco de miedo pues llevamos la cámara, los pasaportes y cosas encimas que no nos gustaría que se mojaran. La bajada por el otro lado es mucho más fácil que por donde hemos venido y todos respiramos tranquilizados. Uno de los sitios curiosos ha sido un tramo de escalones hechos con tablas por donde baja un montón de agua ya que estamos prácticamente pegados a la cascada. Al llegar abajo decimos que si llegamos a subir por ahí nosotros solos nos hubiéramos dado la vuelta. Martín, que está un poco crecido, nos pregunta con suficiencia que ¿por que? Hemos tratado de explicarle que con la cantidad de agua que baja y que sin saber muy bien donde nos estamos metiendo no era lógico subir por allí. Nos ha mirado pensando “que somos unos gallinas o que no les dejamos hacer nada”.

Volvemos a Luang Prabang y comemos con Martí e Irene junto al Mekong. Sin duda es este un lugar muy agradable. Es el momento de despedirse de esta ciudad, tenemos por delante un viaje que será más largo y más interesante de lo que esperamos.

La idea original, al preparar el viaje, era bajar desde aquí hacia el sur del país y desde allí llegar a Camboya. No es algo que tuviéramos del todo claro, pues hay varios problemas. El primero es que hemos leído cosas inquietantes de esa zona pues es una frontera muy estrecha entre Camboya y Vietnam, de hecho estando ya en Tailandia hablamos con un estadounidense que nos recomendó que no fuéramos a esa zona con los niños. Además tenemos el problema de que es zona de malaria y tendríamos que empezar a tomar la pastilla aquí y acabar cuando terminemos la visita a Angkor. Ambas cosas nos traían de cabeza y ha sido tomar la decisión de cambiar de itinerario e ir por el norte de Tailandia y empezar a verlo todo más claro. Por otro lado iba a ser un viaje largo y complicado parando en una zona para ver cuevas con budas y lagunas donde podíamos bañarnos. Hemos pensado que eso ya lo hemos estado viendo en el tiempo que llevamos en Laos y que puede ser suficiente.
Viaje a Chiang Mai (Atrapados en el fango)
En esta zona tienen del sudeste asiático tienen una palabra para referirse a los extranjeros y es “falang”. En los días que estuvimos en la selva andando a veces por el barro, surgió la broma de hablar de nsootros mismos como “Falang in the Fango” (guiri en el fango). Lo hacemos con una voz especial y nos lo hemos pasado bien con ese tema.

Así pues tenemos dos opciones para llegar a Taliandia, remontar el río Mekong o ir en bus atravesando medio país. La primera, a priori, parece la más interesante, el problema es que son casi tres días para llegar a Chiang Mai sentados en una tabla o en una especie de butaca (dependiendo del tipo de embarcación que tomáramos). Un problema es que no queremos tardar tanto tiempo y además no es nada recomendable esta manera de viajar para la espalda de Eva. Así pues nos hemos decidido a tomar el autobús con la idea de tardar mucho menos y de ir más cómodos. Hemos preguntado en varias agencias y en todas nos han asegurado que el autobús que hace el trayecto es de clase V.I.P., que en Tailandia están fenomenal. También nos han asegurado que es un bus de dos pisos, que tiene baño en el interior y toda clase de comodidades. Como no acabamos de tenerlo claro lo hemos preguntado varias veces. Incluso me he ido yo hasta la estación de donde salen los buses por si allí hubiera más opciones..., lo único que encontré es que el billete es más caro que en las agencias de la ciudad donde además te incluyen el transporte hasta la estación.

Cuando estamos en la estación y vemos el bus, se nos cae al alma a los pies, sobre todo a Eva. En la parte exterior pone V.I.P. Express (por este lado no nos han engañado), pero no es de dos pisos como los Tailandeses. Es un bus normal con asientos normales y punto. Y lo peor de todo, no tiene baño dentro. Además hay algunos asientos que tienen algo debajo, una estructura de hierro, con lo que son algo incómodos pues no se pueden extirar bien las piernas. La suerte es que va bastante vacío y podemos coger dos asientos para cada uno. Eva tiene un buen cabreo, a los niños les da igual ellos se adaptan a todo. Hemos parado a cenar y nos hemos dormido después para tratar de que se nos haga más corto el viaje.

En estas estamos cuando el bus se para. Eva que aprovecha cualquier parada para bajarse a hacer pis, sale y se encuentra con que la carretera está bloqueada, no se puede pasar. Hay algunos camiones y autobuses y bastante gente por allí. El problema es que la carretera está embarrada y un autobús se ha quedado atrapado al borde de la carretera, sin peligro para sus ocupantes salvo es susto que se hayan llevado cuando se han ido hacia la cuneta. Según me contará Eva por la mañana, pues yo estaba dormido y casi ni me he enterado, nuestros conductores han puesto una cadena en las ruedas para poder pasar. Pero ni con esas, tras probar varias veces han decidido dar marcha atrás, aparcar el autobús y esperar a que se haga de día y se vean mejor las cosas. Ya por la mañana hay un buen follón en la carretera pues no pueden pasar los coches en ninguno de los dos sentidos. Hay bastante gente por allí, tanto de los autobuses como de camiones, únicamente las motos que pasan continuamente sin problemas. Entre unas cosas y otras nos hemos enterado que podemos tomarnos un café en el bus si nos apetece, gracias a una mujer que se hará cargo de los falang que vamos en el bus, hay un depósito con agua caliente y unos sobres de café soluble. También hay dos tazas para todos los que estamos así que hay que enjuagarlas un poco y reutilizarlas. Se echa el agua caliente y el sobre de café, también el de azucar y para remover se usa el propio sobre del café a modo de palito. El camión que se encuentra delante de nuestro bus se decide y pasa sin demasiados problemas sorteando el bus que está sobre la cuneta. Cuando lo intenta nuestro conductor, vemos como el barro se lo lleva poco a poco hasta que se queda apoyado en la otra cuneta. ¡Buff, de aquí no selimos! Un rato más tarde y muchas conversaciones después aparecen unas cintas y una cadena que se atan al bus para que la gente tire de ellas. El bus intenta avanzar pero el barro hace que patine, además la cadena no sirve para mucho pues tiene muy poca superficie de agarre. Tras varios intentos, yo también he colaborado aunque piense que es inútil, la gente ha dejado de intentarlo. Han hecho lo mismo con el bus que estaba volcado antes y en este si ha funcionado. Seguramente porque es mucho más pequeño y menos pesado. Para sacarnos ha nosotros ha tenido que venir una grúa patinado bastante en el suelo antes de poder hacer tracción y conseguir sacar al bus del barro. La mayoría de la gente nos hemos bajado andando un trecho hasta que se ha acabado el barro.

Hemos estado más de ocho horas parados, pero de alguna manera lo hemos pasado bien. Hemos hablado bastante con la señora que nos ha enseñado lo del café y hemos tratado de ayudar en lo posible. Salimos de allí con la impresión de haber vivido una pequeña aventura. Un rato más tarde nos hemos tenido que parar pues una máquina esta arreglando otro tramo lleno de barro por un derrumbe, ¡otra vez, no! Esta vez nuestro conductor ha sorteado el barro sin más complicación.


En una población grande paramos para poder ir al baño. Entre unas cosas y otras todavía no hemos parado en ningún sitio donde ir a un baño más o menos normal. Al salir voy totalmente despistado además de que hace bastante sol y lo tengo de frente, Eva intenta avisarme pero no me entero y me caigo en una especie de zanja llena de un agua marrón. Por suerte sólo me llega a la cadera y no se ha mojado ni la cámara ni nada importante. Me he llevado un buen susto y un pequeño golpe, pero el dolor más grande ha sido en el orgullo. Ahora si que soy un auténtico “falang in the fango”.

El resto del viaje no ha tenido más incidentes, hemos cruzado la frontera, de nuevo el río Mekong, en una barca y un bus bastante cómodo nos ha llevado a Chiang Mai.

Aquí podéis ver el recorrido que hemos hecho. Si pinchas en el mapa se abre para poderlo ampliar y ver las cosas más en detalle.



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